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Tue, Nov

*Marcaje personal…

Lorenzo Delfin Ruiz

Cuando parecía que se anotaba un punto a favor en la divertida carrera de resbalones, cuyos jueces implacables y por generación espontánea en las redes sociales y sitios cibernéticos para la opinión abierta le disparan furiosas descalificaciones, la casa presidencial se abandona en el festejo, descuida la retaguardia… y le comen otra vez el mandado.

Cuando parecía que se anotaba un punto a favor en la divertida carrera de resbalones, cuyos jueces implacables y por generación espontánea en las redes sociales y sitios cibernéticos para la opinión abierta le disparan furiosas descalificaciones, la casa presidencial se abandona en el festejo, descuida la retaguardia… y le comen otra vez el mandado.

A la vista de analistas “serios”, desde los puntuales censuradores  de cabecera que el gobierno de la  República se ha ganado con ahínco, hasta los efusivos oficialistas que cada vez más se arrinconan ante la mayoría opositora, es inexplicable el papel que realizan los costosísimos equipos encargados de darle marcaje personal al presidente Enrique Peña Nieto, a su familia y al elevado número de funcionarios de primer nivel.

Cierto es que quien pone el pecho por la conducta pública propia y de todos los demás, es el mismo mandatario. El origen está en el excesivo poder de que se ha investido la institución presidencial y es a ella a la que se le atribuyen todos los yerros, los suyos y los de sus compinches en el gabinete.

Por mucho que tenga a la mano la decapitación política como instrumento para sancionar las ineptitudes (remember el fresco caso de Videgaray), el presidente de la República demuestra que sigue careciendo de los contrapesos internos que con lealtad le indiquen cuando se va metiendo por caminos tortuosos. Pero como al final de cuentas es él quien decide y aplica el principio de autoridad, es él quien debe asumir los costos. Ante esta realidad y por los riesgos que entraña ir en contra de la voluntad presidencial, es entonces que todo mundo dentro de su gabinete prefiere nadar de muertito.

A como se ve, y de acuerdo con los pobres índices de aceptación que ha acumulado en los últimos meses (un histórico 64 por ciento de población lo censura y rechaza, de acuerdo con un sonde del diario Reforma), el presidente Peña Nieto se ha embarcado en la idea de no modificar el rumbo y reitera la tesis de que no vino a ganar popularidad… lo cual se interpretaría como una inversión razonable si la suerte del país fuera otra.

La noticia de que el periódico inglés The Guardian reculó en el contenido de su reportaje que exhibía a Angélica Rivera de Peña Nieto en un presunto nuevo menjurje inmobiliario, que se traducía en un éxito para la imagen presidencial porque implicó una disculpa pública y un severo revés para sus detractores, sorprendió al primer mandatario rumbo a Estados Unidos.

Esa visita lo puso de nuevo en la pasarela de la dura crítica pública porque, se interpretó, acudía de manera disimulada a buscarle la cara y solicitarle inútilmente (algo censurable para las finas maderas con que se supone está hecho un presidente de la República) el “perdón” o al menos un poco de consideración, a la candidata demócrata a la presidencia estadounidense, Hillary Clinton, luego de la desventurada recepción en México de su adversario Donald Trump.

Para estropearse más la imagen, Peña Nieto fue recibido por funcionarios segundones del gobierno de Barack Obama y después, para lustrar la agenda, una sombría Asociación de Política Exterior le otorgó la distinción “Premio al Estadista”… lo que desató en México una nueva andanada de ataques anteponiéndole a la condecoración el caso Ayotzinapa, la desilusión reformista, la acumulación de bienes, la inseguridad pública y masacres en aumento, el incremento de la pobreza, los oscuros negocios con amigos que depredan los recursos públicos, el extravío económico, la implacable devaluación del peso frente al dólar y frente a la pachorra oficial…

Tantito atrás, nuevo desliz: la declaratoria de que la Coca-Cola es un “alimento saludable” y el reconocimiento de su presidencial y diaria afición por el consumo de la Coca light, versión que despertó toda clase de injurias y burlas de organizaciones no gubernamentales y empresarios.

Tantito después, otros más: el blindaje al “Grito de Independencia” en el Zócalo de la Ciudad de México no impidió toda clase de insultos de furiosos asistentes “colados” al evento; simultáneo, el manoteo de la pareja presidencial en el balcón de Palacio Nacional alimentó la idea de nuevos conflictos de pareja…

Los traspiés cometidos y la etiqueta de dejadez que se ha colgado la actual administración federal nutren la versión de que el gasto para prevenirlos y corregirlos literalmente es tirado a la basura.

Pero por muy responsable y puntual que sea, ninguna asesoría cuajará si no hay voluntad para enderezarse y educarse para esa afición de conducir al país.