Parece que a México le purga renunciar, aunque sea un milímetro, a la teoría económica del “dejar hacer” que Adam Smith engendró y que el mundo adoptó como fundamento del capitalismo caníbal que desde mediados del Siglo XIX agobia a las sociedades como
Parece que a México le purga renunciar, aunque sea un milímetro, a la teoría económica del “dejar hacer” que Adam Smith engendró y que el mundo adoptó como fundamento del capitalismo caníbal que desde mediados del Siglo XIX agobia a las sociedades como
herencia horrenda de la llamada segunda revolución industrial.Y no parece ser que para nuestro país haya pasado aquella funesta época (a la que por cierto llegó tarde si no fue porque se la embutieron como principio de modernidad… a la que siempre llega tarde), porque permanecen sin variar las circunstancias de cuando la clase conservadora representada por los patrones implacables le impedían al Estado intervenir para regular su relación con la clase trabajadora, y mantener así su condición de libres explotadores.En suma, la lucha del mundo liberal contra el esclavismo simulado, en casi dos siglos no ha cuajado en México. Las contadas ocasiones en que se ha pretendido reivindicar al trabajador mexicano, y aún a pesar de que la Constitución original lo dotó de un importante instrumento legal para asegurar la justicia laboral, cedieron ante la fuerza de la traición de dirigentes de toda calaña, pero dolorosamente de aquellos que surgieron supuestamente de su misma clase.El estatus de abandono que ha “distinguido” al trabajador nacional, y también a mucho pesar de que ha librado célebres combates contra la vocación negrera de los dueños del capital, se ha modificado, es verdad… para colocarlo en condiciones de indigencia.La paulatina pero hiriente modificación de las leyes laborales a capricho de los patrones, pero con más ahínco para provecho de los extranjeros que han condicionado sus inversiones a la supresión del derecho a huelga y a la domesticación oficializada de los sindicatos a través de líderes impuestos y corruptísimos, en el dicho no es compatible en un país que como México presume de vocación justiciera en todos los ámbitos, pero en los hechos significa mano de obra en ganga oficialmente tolerada para (en el acabóse) utilizarla en el saqueo de los recursos nacionales.También le ha devuelto escenarios cargados de niños trabajadores explotados y desprotegidos pero con elevadísimos réditos: más de tres millones de infantes en condiciones de hambruna.Si en este momento el escocés Smith hubiera buscado entre la agitación mundial a un representante para demostrar con orgullo su teoría, no lo hubiera encontrado mejor que en territorio nacional, y con más precisión en un ejemplar mexicano.Pero la fiesta no sería tan placentera para el filósofo. Con toda y su sabiduría, se tendría que dar de cabezazos en la pared cuando descubriera que ese connacional en experimento, llevado por exóticas y mediáticas razones a la cumbre del poder político y administrativo del país, se escuda en las siglas revolucionarias de un partido político, pero que resulta más conservador que la plutocracia que convulsiona al mundo.Si viviera, aquel economista europeo tendría trabajo de sobra para descifrar cómo es que un individuo presuntamente liberal (porque así dicen que son los revolucionarios) adopta y aplica tesis más conservadoras que las de los conservadores.Al final, y si antes no se infarta, habría de renunciar a sus observaciones porque la materia económica no se le da a cabalidad a su conejillo de indias y se la imponen, mientras la materia laboral no la teoriza porque no es la señora de la casa y mucho menos por ignorar a cuánto asciende el salario mínimo.Como última voluntad, y afectado por su experimento con patéticos resultados en tierras nacionales, el escocés de nuestra fábula posiblemente pediría un añadido al epitafio que se inscriba en la lápida de su tumba:“Dejar hacer… pero sin tanta tarugada”.