Cuando en 1997 Cuauhtémoc Cárdenas, a través del voto, le arrebató al PRI la hegemonía en la administración de la capital de la República, (hasta ese momento la jefatura del Departamento del Distrito Federal se daba por designación del presidente del país), una serie de acontecimientos “criminales” en torrente avivaron la sospecha de que algo turbio ocurría, y que algo peor se avecinaba.La ciudad de pronto se vio alarmada por esos “sucesos” que, por poco casuales,
Cuando en 1997 Cuauhtémoc Cárdenas, a través del voto, le arrebató al PRI la hegemonía en la administración de la capital de la República, (hasta ese momento la jefatura del Departamento del Distrito Federal se daba por designación del presidente del país), una serie de acontecimientos “criminales” en torrente avivaron la sospecha de que algo turbio ocurría, y que algo peor se avecinaba.La ciudad de pronto se vio alarmada por esos “sucesos” que, por poco casuales,
parecía que animaban la rebelión contra un gobierno de nueva manufactura. Dos frentes de “ataques” fueron los predilectos: los bancos y la prestación del servicio de agua.Para ese entonces, la ciudad que “heredaba” Cárdenas no era de ningún modo sucursal de paraíso terrenal alguno. Pero alguna mente perversona procreó y aplicó la idea de inyectarle un poquito más de caos al existente.Así, y de botepronto, ocurrían “asaltos” bancarios con una inusitada mayor frecuencia a los históricamente registrados, con la salvedad de que éstos los perpetraban “ladrones” en el estrellato de la mediocridad: era sorprendente la facilidad con que eran detenidos y más sorpresivo el monto de los botines que no totalizaban a veces ni los mil pesos, devueltos a veces a las cajas o que acababan en el bolsillo de algún valiente policía.Se hizo tan rutinario el “robo” bancario con el uso de pistolas de juguete, cuchillos caseros y notas “intimidatorias” a los cajeros, que los empleados empezaron a jugar con su propia realidad: “¿de a cómo va a ser el asalto de hoy?”, se burlaban.Y a partir de la toma de posesión de Cárdenas como lustroso jefe de Gobierno del Distrito Federal, otra mente astuta (o la misma vengativa por haber perdido una elección histórica) se dejó ir con otra ocurrencia: hartar de sed a la población en un intento de mostrar al gobierno perredista de entonces como lo es el de ahora: cargado de ineptitudes.Fue entonces que como por embrujo “desaparecían” del espacio capitalino los encargados de abrir compuertas y operar bombas para permitir el suministro de agua. Así, y aún por corto tiempo, delegaciones completas padecieron estiaje artificial.Sin escrúpulos, el autor de la labor de desestabilización (presuntamente salido de las filas de un priísmo dolido hasta las muelas por el revés electoral), incursionó en otros aspectos de la vida capitalina donde todavía podría tener influencia o empleados dispuestos al sabotaje, como dispuestos a chutarse en la cárcel unos cuantos días estuvieron los fugaces “ladrones” de bancos.El trabajito de descrédito, que agarró desprevenido al cardenismo, fue fulminado sólo después de pasada la euforia electoral… pero algo debió quedar porque 19 años después, el gobierno de un PRD que no suelta a la capital, padece una receta de desestabilización parecida… pior tantito: parece que se la aplica a sí mismo por la vía de fulgurantes torpezas.Los asaltos a mano armada a pleno día y en público, el incremento de asesinatos, violaciones, brutalidad policiaca y corruptelas de funcionarios, son ni más ni menos conductas desafiantes que Miguel Ángel Mancera no puede (o no quiere) desactivar, y mucho menos cuando se adivina que están centaveadas para desquiciarle la babeante candidatura hacia el 2018.Los perros de 1997 andan otra vez en la calle, pero esta vez para apaciguarle los humos presidencialistas a Mancera. Las huestes oficiales federales han soltado los suyos en forma de reducción presupuestal, mientras jefes delegacionales (“aliados” y enemigos por igual; ojo con Hugo Lobo en Gustavo A. Madero) le arrecian golpes con ejemplares formas de desgobierno y corrupción.La atención, sin embargo, sigue en franca disputa. En la abierta competencia para ver quién comete más tropelías, la familia presidencial reclama su lugar de escándalo ganado a pulso y el junior peñita se ofrece como pushing bag en un antro, mientras Veracruz se cimbra ante los azotes del crimen, con vestigios de estar organizado desde el gobierno del estado.Copias como éstas serán financiadas en los próximos meses con especial furor. Eruviel Ávila se organizó la suya con el ridículo funcionamiento de un teleférico que supuso lo pondría en la cúpula del estrellato para el 2018, mientras en Puebla al gobernador Moreno Valle le sigue lloviendo sangre en su milpita.En tanto, la paciencia sigue a prueba.