Ocupada más en vigilar a los tres millones de servidores públicos del país (millares más, millares menos) que tienen devoción por la uña en grado enfermizo y compartida con empresarios cacos, a una inmensa mayoría de mexicanos les ha de venir más que guango la elección presidencial de Estados Unidos… a no ser que al mamarracho de Donald Trump, como es multi tachado, se le ocurra comenzar a cumplir la retahíla de amenazas anticipadas a la raza de bronce.Y entonces sí, a parir chayotes.Porque no es el gobierno federal –el de aquí, constituido por una generación de advenedizos que a su vez les vale queso la soberanía y esa cosa llamada dignidad- el que sufriría los daños severos del revanchismo y la aptitud facistoide de un mafioso (otro de muchos) casi metido a huevo en la Casa Blanca, sino la camada de mexicanos que pujan a diario por entrar a Estados Unidos, unos, y por que no les deporten, otros 13 millones, a fin de no morir de hambre o a balazos en suelo patrio.Más allá de esa detalle, el desinterés de la prole nacional por un proceso electoral en la Meca de la democracia (donde sin embargo cotidianamente se dan sus chances para ejecutar estafa y media con el voto ciudadano, al más puro estilo de un país que cifra su fama en el chanchullo y que parece todos conocemos), tiene varias rostros: el primero, muy contrahecho porque eso de intentar comprender los votos electorales que deciden una elección gringa, es como meterse a turistear al Metro a las 7 de la mañana (una pendejada, pues).Otra razón que anima el valemadrismo autóctono por saber quién es el gringo en turno que sojuzgará al mundo, es altamente apreciable, porque con presidente demócrata o republicano, a México –y a los mexicanos, con más ardor- siempre le ha ido como en feria, lo que reafirma la propensión sin escrúpulos de los estadounidenses en cultivar intereses antes que amigos, tendencia histórica expresada por John Quincy Adams, el sexto mandatario de aquel país, y repetida con pequeñas variantes por John Foster Dulles, secretario de Estado en los años cincuentas del siglo pasado.La peor parte de la “buena vecindad” que Estados Unidos le prodiga a México, representada en versión populachera como quien te palmea la espalda mientras te roba la cartera, se ha traducido en constantes invasiones militares, despojos territoriales en el Siglo XIX e intrigas criminales cotidianas. Y en ello ni demócratas ni republicanos (que constituyen el bipartidismo con que sostienen su democracia “ejemplar”) se han apiadado de nada ni de nadie.William Howard Taft, republicano de bigote enmohecido, fue quien instruyó a su embajador en México, Henry Lane Wilson, para maquinar el complot de Victoriano Huerta que derivó en el asesinato de Francisco I. Madero.Y cuando el mexicano curioso supuso que Abraham Lincoln, el exhibido adalid de la justicia y la democracia gringa, por su presumida inspiración “libertaria” era tan demócrata como la Hilary Clinton de ahora abatida en las urnas por un fanático obtuso como se demuestra Donald Trump, ¡zas!, resulta que no, que su amor por México y por la razón lo demostró, antes que con argumentos de equidad y respeto, con “discursos cálidos, emocionantes y efectivos” durante una reunión de guerra, precisamente cuando México se enfrascó en una serie de fallidas confrontaciones con Estados Unidos por la definición de límites territoriales con Texas, según relata el historiador Stephen B. Oates.Más acá, con todo y su tendencia democrática a cuestas y con su autodeclarado populismo, Barack Obama le ha interpuesto una cortina obstruccionista a los intereses de nuestro país, peor que el muro previsto por Trump y empezando por el continuado despojo de los recursos naturales, la brutal apropiación del mercado interno, por sostener la política del garrote contra indocumentados… y por avalar (con signos ominosos de patrocinio soterrado) el caos legislativo, administrativo, político y de seguridad pública que aterroriza a México.A demócratas y republicanos los une la ganancia y la codicia. Unos se empeñan en regularlas. Otros en afianzar la libertad de empresa, como signo propio y de exportación de un capitalismo ya agobiante para el resto del mundo.Pa´l caso es lo mismo. Con Chana o con Juana, México sigue siendo menos de los mexicanos.
Ocupada más en vigilar a los tres millones de servidores públicos del país (millares más, millares menos) que tienen devoción por la uña en grado enfermizo y compartida con empresarios cacos, a una inmensa mayoría de mexicanos les ha de venir más que guango la elección presidencial de Estados Unidos… a no ser que al mamarracho de Donald Trump, como es multi tachado, se le ocurra comenzar a cumplir la retahíla de amenazas anticipadas a la raza de bronce.Y entonces sí, a parir chayotes.Porque no es el gobierno federal –el de aquí, constituido por una generación de advenedizos que a su vez les vale queso la soberanía y esa cosa llamada dignidad- el que sufriría los daños severos del revanchismo y la aptitud facistoide de un mafioso (otro de muchos) casi metido a huevo en la Casa Blanca, sino la camada de mexicanos que pujan a diario por entrar a Estados Unidos, unos, y por que no les deporten, otros 13 millones, a fin de no morir de hambre o a balazos en suelo patrio.Más allá de esa detalle, el desinterés de la prole nacional por un proceso electoral en la Meca de la democracia (donde sin embargo cotidianamente se dan sus chances para ejecutar estafa y media con el voto ciudadano, al más puro estilo de un país que cifra su fama en el chanchullo y que parece todos conocemos), tiene varias rostros: el primero, muy contrahecho porque eso de intentar comprender los votos electorales que deciden una elección gringa, es como meterse a turistear al Metro a las 7 de la mañana (una pendejada, pues).Otra razón que anima el valemadrismo autóctono por saber quién es el gringo en turno que sojuzgará al mundo, es altamente apreciable, porque con presidente demócrata o republicano, a México –y a los mexicanos, con más ardor- siempre le ha ido como en feria, lo que reafirma la propensión sin escrúpulos de los estadounidenses en cultivar intereses antes que amigos, tendencia histórica expresada por John Quincy Adams, el sexto mandatario de aquel país, y repetida con pequeñas variantes por John Foster Dulles, secretario de Estado en los años cincuentas del siglo pasado.La peor parte de la “buena vecindad” que Estados Unidos le prodiga a México, representada en versión populachera como quien te palmea la espalda mientras te roba la cartera, se ha traducido en constantes invasiones militares, despojos territoriales en el Siglo XIX e intrigas criminales cotidianas. Y en ello ni demócratas ni republicanos (que constituyen el bipartidismo con que sostienen su democracia “ejemplar”) se han apiadado de nada ni de nadie.William Howard Taft, republicano de bigote enmohecido, fue quien instruyó a su embajador en México, Henry Lane Wilson, para maquinar el complot de Victoriano Huerta que derivó en el asesinato de Francisco I. Madero.Y cuando el mexicano curioso supuso que Abraham Lincoln, el exhibido adalid de la justicia y la democracia gringa, por su presumida inspiración “libertaria” era tan demócrata como la Hilary Clinton de ahora abatida en las urnas por un fanático obtuso como se demuestra Donald Trump, ¡zas!, resulta que no, que su amor por México y por la razón lo demostró, antes que con argumentos de equidad y respeto, con “discursos cálidos, emocionantes y efectivos” durante una reunión de guerra, precisamente cuando México se enfrascó en una serie de fallidas confrontaciones con Estados Unidos por la definición de límites territoriales con Texas, según relata el historiador Stephen B. Oates.Más acá, con todo y su tendencia democrática a cuestas y con su autodeclarado populismo, Barack Obama le ha interpuesto una cortina obstruccionista a los intereses de nuestro país, peor que el muro previsto por Trump y empezando por el continuado despojo de los recursos naturales, la brutal apropiación del mercado interno, por sostener la política del garrote contra indocumentados… y por avalar (con signos ominosos de patrocinio soterrado) el caos legislativo, administrativo, político y de seguridad pública que aterroriza a México.A demócratas y republicanos los une la ganancia y la codicia. Unos se empeñan en regularlas. Otros en afianzar la libertad de empresa, como signo propio y de exportación de un capitalismo ya agobiante para el resto del mundo.Pa´l caso es lo mismo. Con Chana o con Juana, México sigue siendo menos de los mexicanos.